Muerte y Vida



Una trombosis, Joaquín, te paralizó medio cuerpo. Luchaste por tu vida día tras día. Muchas manos tendidas te acompañaron en tu larga estancia de hospital. Un traslado te llevó a un sanatorio para enfermos terminales en la ladera de una montaña. Unas vistas preciosas que desde tu habitación ni siquiera pudiste observar.

Tu cuerpo cada día estaba más agotado. Con tu mirada lo decías todo: “gracias por acompañarme”.


Rosa, tu hija, en otro país. Dudas entre hermanos de si comunicarle la gravedad de la situación o esperar un poco. La muerte no suele avisar cuando llega, o por lo menos no sabemos muy bien reconocer sus señales. Podría alargarse meses la situación. Pero en este caso no hizo falta avisar…

Rosa, te encontrabas a miles de kilómetros, en el salón de tu casa, abstraída en tus asuntos cotidianos, desconociendo la situación de tu padre. Alzaste la vista y al otro extremo del salón, en un sillón, le viste sentado. No te asustó su presencia, tu impulso te llevó a acercarte a él y según te aproximaste desapareció, sin más. Inmediatamente efectuaste una llamada a la familia, preguntando por el estado de tu padre: “no quisimos preocuparte, la enfermedad le está apagando poco a poco, hace unas horas le dio otra trombosis paralizándole por completo todo su cuerpo. Íbamos a llamarte ya. Según los médicos su partida de este mundo parece próxima”.


Dos días más tarde, pues el viaje era largo, llegas, por fin, junto a tus hermanos, al sanatorio. Tras unas horas junto a tu padre, éste en estado de inconsciencia, se decide: unos pasar la noche en la ciudad en casa de uno de los hermanos y regresar en la mañana y otros quedarse con él. Tras una hora de viaje llegasteis a la casa. Unos minutos después, Rosa, vuelves a ver a tu padre frente a ti, más joven, sonriente, con el porte que siempre le caracterizaba. Suena en ese momento el teléfono, llamada desde el sanatorio: “acaba de dejarnos”. No sin dejar una huella de amor imborrable.


Ángel Khulman