El Conocimiento: 16 - La Ceremonia de Wesak



Escrito II
EL CONOCIMIENTO


16- La Ceremonia de Wesak



Nos despedimos de la aldea de Rennés-le-Château y tomamos la carretera que nos adentraba en los Pirineos. El verdor embellecía un paisaje cada vez más encantador y apacible.
Llegamos, tras circular por sinuosas carreteras, a Artigues. Una preciosa aldea francesa rodeada de montañas con un aroma fresco y entrañable en la que plácidamente viven sus lugareños.
Tras una ligera comida continuamos, con el vehículo, internándonos por la ladera de la montaña hasta aproximarnos a la vertiente más próxima al pico Le Roc Blanc.
Aparcamos y proseguimos andando ascendiendo a través de una estrecha senda ya marcada a través de los siglos. Al poco tiempo las primeras nieves se encontraban ya bajo nuestros pies. El día soleado primaveral nos hacía más confortable la subida y, un arroyo que trasladaba las cristalinas aguas a los valles cercanos nos alivió la sed. Después de unos pocos kilómetros conseguimos llegar a la cima.

Nuestros cansados cuerpos se posaron en la nieve, sobre una roca. Ante nuestros ojos una panorámica inigualable. Nos aquietamos contemplando tan sublime belleza dejándonos impregnar de la energía del lugar.

Meryem pensó en alto:
—Al mismo tiempo, en otro lugar similar, una ceremonia está a punto de comenzar.
—Así es
—le confirmé—, un lugar que no aparece en los mapas y sin embargo tan real como en el que nos encontramos.

Y continué:
—Un valle donde se dan cita en el plenilunio de Tauro aquellos que expresan en su fuero interno la voluntad enfocada al desarrollo espiritual del ser humano; al despertar de la conciencia para toda la humanidad; al encuentro con el maestro que hay dentro y fuera de uno: La Ceremonia de Wesak.

Y con estas palabras, en un instante, nuestros cuerpos de luz dejaron la carcasa que envolvían y en el mismo momento nos encontramos en un valle sin nombre. Advertíamos cómo, a su vez, se aproximaban multitud de almas con vestiduras blanqueadas por sus cuerpos de luz. El lugar cada vez más concurrido. Los peregrinos de la luz fuimos tomando asiento a lo largo y ancho de su extensión, todos en un profundo e íntimo silencio, formando círculos concéntricos. Su centro se quedó sin ocupar y en un momento dado entonamos un antiguo cántico aparentemente perdido en el tiempo...

Sobre el foco central se concentró una esfera luminiscente blanquecina, poco a poco fue transparentándose. Tres siluetas se fueron dibujando en ella; una se percibía resplandeciente como un Sol que no ciega, sin rostro, de ésta surgieron dos rayos de luz que enlazó a las otras dos siluetas entre sí y con ella. A la derecha de la silueta como el Sol, un Ser vestido con una túnica azul dio un paso hacia delante sentándose en silencio; en sus ojos se podía apreciar el Amor más sublime. Sentí su profundidad entrar en mí, todo mi ser parecía un viento mecido hasta convertirse en torbellino a punto de provocar una explosión. A su izquierda el otro Ser hizo lo mismo sentándose también en silencio, su túnica era blanca; sus ojos como el fuego, mas no un fuego que quema sino que purifica.

Absorto en la escena, de pronto noté cómo el vehículo de mi conciencia se elevaba por encima de todos y contemplé una escena que nunca olvidaré: el valle repleto de seres de luz semejante a una flor extendiendo sus pétalos; millones de éstos abriéndose alumbrados por la luz de un Sol que está en su centro. Este Sol, esta esfera de luz, como una burbuja transparente, se fue agrandando abarcando el lugar y trascendiéndole. Seguí ascendiendo y contemplé cómo la esfera cubría el globo terrestre con su manto de Luz. Giré la vista y percibí un rayo de luz inmenso que proveniente del Sol alcanzaba al planeta Venus y rebasándole llegó al centro de la flor. En ese momento volví a encontrarme sentado junto a los demás.

Acto seguido, el Ser “resplandeciente como el Sol” unió los dos rayos que de Él procedían. Los otros dos Seres, a la vez, fueron acercándose hasta que se hicieron uno sólo; sus cuerpos se desvanecieron ante el Ser “resplandeciente como el Sol” y todos los que allí nos encontrábamos. Un punto de luz se fue formando y extendiéndose como un remolino. Al poco, de él, surgió un Ser cubierto con una túnica dorada; me fijé en su rostro, un rostro que es la fusión de los dos anteriores.

Una voz proveniente del Ser “resplandeciente como el Sol” dijo:
—Este es mi Hijo. Es la Luz y el Amor fusionados.
—Hasta ahora visteis sus múltiples efigies a lo largo de las edades, a partir de ahora sólo veréis una. Él no es distinto a vosotros, ni vosotros sois diferentes de Él. Así como vosotros os hacéis uno con vuestra alma, os haréis uno con el Espíritu que os habita desde la eternidad, esto es lo que habéis contemplado hoy. Porque así es para Mí, siempre un presente al que vosotros tendéis por libre elección.
—Es el momento en que todos los velos han de caer; los miedos, los recelos, van a ir dando paso a la confianza y de ésta por la experiencia, a la certeza vivida por todos y cada uno de vosotros. Y no me refiero sólo a los que estáis aquí, todos habéis sido llamados a este evento, pero no todos han atendido la llamada. Sois libres y libres seréis por siempre. Yo seguiré llamándoos una y otra vez hasta que el último de mis Hijos vuelva al Hogar.
—Id cada uno al lugar donde vivís, mas vivid en la Luz y en el Amor, de ese modo seréis un solo ser con vuestra alma y comenzaréis la ascensión hacia algo más grandioso. Vivid vuestra religión con Amor; quienes en su mente y corazón han elegido otros caminos de reunificación, vividlos igualmente con Amor. Pues por Amor estáis hoy aquí, no por vuestro conocimiento y posición social o poder terrenal; éstos no son nada para mí, son sólo herramientas con las que os estáis construyendo día a día, creadas por y para vosotros. Pues creadores sois siempre y cuando vuestra creación ya no os satisfaga, la destruiréis y volveréis a comenzar, una y otra vez, siendo cada vez más perfectos a vuestra imagen y semejanza, que es la mía.

Continuó…
—El rostro que habéis visto es el del que viene a vuestro mundo, es el molde, el ideal, el futuro que habéis pedido con vuestras oraciones y es el que habéis creado con Amor. Cuando Él se manifieste entre vosotros le reconoceréis, porque el Amor sólo tiene un rostro, el de la Verdad.
—La Luz que hoy os he dado, mi Espíritu de la Verdad y el Amor, os iluminará en los días oscuros que aún os quedan por vivir; Él os guiará y seréis Uno con Él, Uno conmigo. Y nada habréis de temer pues así como di el Pan de Vida en el pasado, del mismo modo os lo doy a vosotros ahora, no tendréis hambre ni sed. Él hablará por vuestra boca, vuestros actos serán los suyos. Así, por el resto de vuestros días, hasta que os llame a mi presencia y sabréis que sois eternos como eterno es vuestra Madre y vuestro Padre, pues sois todos mis Hijas y mis Hijos: Uno.
—Marchad en paz, con Amor y Verdad, pues éstas son vuestras únicas defensas y mi único Evangelio. Se acerca el tiempo en que la cosecha estará lista. Mi Hijo es el camino hacia Mí y DAR Amor es su único mensaje. DAD todo lo que sois pues sólo así recibiréis. No excluyáis a nadie, mas dejad que cada uno siga su camino, pues todos os llevan a Mí a su debido tiempo, disponéis del que necesitéis...

Sin saber cómo, nos encontramos en nuestra carcasa, nuestro cuerpo físico, nuevamente contemplando las cumbres cercanas cubiertas de blanca nieve. El espacio divisado nos empequeñeció aún más y sin embargo nos sentimos acogidos por el Amor de la tierra que pisábamos y del cielo que nos protegía con su manto de Luz.

Nos miramos, nos dimos la mano y reanudamos el camino de vuelta al Hogar. Las palabras sobraban, comprendimos el mensaje vivido unos instantes antes y sabíamos qué debemos hacer. Sonreímos mientras nuestros pies se hundían en la nieve. Meryem tomó un poco de ésta y me la arrojó, hice lo propio y nuestras carcajadas se extendían por las cimas y el eco nos las devolvía amplificadas.


Unas horas más tarde, desde la orilla del lago surgido hace millones de años en el valle cercano a la aldea, avistamos al oriente como emergía la Luna llena sobre el horizonte y al poniente el Lucero con sus destellos reflejando la luz del Sol oculto por poco tiempo.


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Ángel Khulman